Los cien colores de la lluvia. El Blanco.


EL BLANCO. 

Camino al hospital, su hermano, con la mirada fija en la carretera, le dice con esa voz grave, de hermano mayor aún siendo 10 años más joven que ella: “Para lo que quieras, nena, estoy aquí para lo que quieras.” Tal muestra de amor filial es todo un derroche para él, siempre serio, contenido. Y hace que se le salten las lágrimas. Apenas hace una semana que Miguel se fue. Tras 7 años. Pero la huella duele todavía, no tanto como ella habría esperado, pero duele. Por eso, esa frase de aliento de su hermano hace que casi se derrumbe. No llega a hacerlo, y sólo logra articular un breve “Gracias”. Media sonrisa,  mirada rápida y sigue atento al tráfico. Van al hospital. Su hermana  está de parto. Carolina está en camino…

La mira, la toca, la huele, la siente. CAROLINA. Tan pequeña, tan frágil, parece un bichito con los patucos enormes y el gorro de hospital que casi la cubre completamente. Tan todo. Tan nada. Tan nimia y tan grande. La toma en brazos unos minutos y mientras la sostiene se queda embelesada, absolutamente embelesada. Se le presenta una nueva certeza: se  acaba de enamorar de esa personita que lleva su sangre, a la que estará unida de por vida. Y decide que ella, como la bebé, ha nacido, ha renacido, un 5 de octubre de 2010.  Y que irá cumpliendo años con ella. Y se lo cuenta al oído, para que ella también lo sepa. Y le parece que ha sonreído.
Desde ese momento supo que todo iría bien. Tras años escondida en una cueva, limitada, obviada, asustada ante la soledad, volvía, renacía, se levantaba de nuevo, cogida de la mano diminuta, inocente, fuerte, de Carolina.

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