El pescador de libros

Sorpresón el encontrarnos nuestro "sitio especial" ocupado la última mañana que Nora y yo íbamos a pasar juntas antes de volver al cole.  ¡Adoro el cole! Y las manzanas, y nadar, y pasear con Elena y los chicos por el monte. Pero lo que mas adoro del mundo es estar con Nora, ir al pantano con ella, cargadas de libros y de manzanas, ¿he dicho ya que adoro las manzanas? Irnos de "excursión naturista", como llama ella a nuestros paseos por sendas estrechas recogiendo plumas, hojas secas, frutos, alguna que otra caca de a saber qué..¡puag!. Y después,  darnos un buen baño y tumbarnos a la sombra del pino centenario, a leer nuestros libros preferidos. Adoro que me lean, lo dije también ya? ¿No? Pues adoro que me lean. Sí. No a todos los perros les gusta. Que les lean digo. Las manzanas, no lo sé, bañarse, a más de uno que yo me conozco les da un miedo atroz, azul, dicen ellos, jajaja, como si el miedo tuviera color...hum...a lo mejor lo tiene. Nota mental: preguntar a Elena si el miedo tiene color. Y seguramente a todos, si la conocieran, les gustaría Nora. Lo de que les lean, no sé...Yo soy inmensamente feliz cuando los niños me leen en los coles. No podría describir la sensación. Es como si todo brillara muy mucho, ¿se dice así? Y  todos los pelos del  cuerpo fueran antenas para notar cualquier gesto de los niños, y la trufa,  mi nariz, para los que no tengáis perro y  no sepáis que nuestra nariz se llama trufa, ¿a qué mola? se abriera mucho, mucho para para captar todo olor, todo aroma que emana de los libros, que no todos huelen igual, y mis orejas se agrandaran para escuchar mejor, como el lobo de Caperucita, pobre lobo, por cierto, que injusta ha sido la historia con él, si el malo es el cazador...Ejem, que me voy del tema. Perdón, tiendo a dispersarme. La edad debe ser. Perrita vieja soy ya. Pero no tan vieja como para no recordar lo que nos pasó aquel último día de verano en el pantano. Debajo de nuestro árbol resultó encontrarse Serafín, hombre extraño y  poco hablador, de semblante preocupado y que andaba entrando y saliendo del agua ¡andando! cargado de libros. ¡De libros! ¡Andando! Los dejaba cuidadosamente ordenados y volvía a sumergirse en el agua. Y salía con otro buen puñado de ejemplares, ¡secos! Superamos nuestra timidez y miedo, sí, no me da vergüenza decirlo, no era para menos: un viejo enjuto, con cara de pocos amigos, pescando libros como si de truchas se tratara. Solo. Entraba y salía. Entraba y salía. Pero mas miedo que acercarnos y preguntarle quien era y que estaba haciendo, nos dio el hecho de que supiera nuestros nombres, donde vivíamos, nuestros cuentos favoritos y cuando era nuestro cumpleaños-ese dato no tengo claro para qué le era útil, ¿¿nos irá a hacer un regalo??Hum... Nos contó también que sacaba los libros del pantano, su refugio por siglos y siglos, para trasladarlos a un lugar seguro, el Lago Vida, en La Antártida, porque el reinado de Miobius, Señor de lo Blanco y Príncipe de la Ignorancia, se estaba extendiendo por momentos y que no había tiempo que perder. Los otros  refugios de libros  fueron destruidos en minutos y a sus compañeros, pescadores de libros como él, apenas les había dado tiempo a rescatar  los más importantes y ponerlos a salvo. Y mientras nos contaba esto y que el objetivo del malvado Miobuis era acabar con todo el saber acumulado, descubierto, creado y cuidado desde el principio de los tiempos, una luz blanca lo inundó todo. Cegándonos. "Ya está aquí." escuchamos decir a Serafín. En el centro del pantano había aparecido una pequeña figura regordeta y gris, de enorme cabeza y ojos vacuos que clavaba en nosotros de una manera  tal que helaba la sangre. Iba cubierto con una capa blanca que se extendía por el pantano y casi llegaba a nosotros. Le oímos reír. Una risa chirriante y agría. De vinagre. "¿Qué podemos hacer?, dijo Nora con la vista fija en Miobius. Pero Serafín estaba quieto como estatua. Petrificado de terror. Me acordé de la mochila de Nora, de los libros. Deduje que a Miobius no debían de gustarle mucho si se dedicaba a andar por el mundo destruyendo sus refugios. Empecé a ladrar frenética a la vez que tiraba de la mochila que estaba a los pies de la pequeña. "¡Los libros, los libros!" decía en perruno. Nota: Nora habla perruno y lo pilló a la primera." ¡Bravo Bea! ¡Los libros!" Rápida extrajo uno al azar, "El caballero Tinta" y comenzó a leer:" En tiempos en los que..." Y conforme su voz se extendía clara y serena, el "blancor" retrocedía y la sonrisa torcida de Miobius se transformaba en rictus de repugnancia y frustración, saliendo de su boca un lamento informe, sin vocales ni consonantes, si eso puede darse, como un desagradable pitido. Serafín miraba la escena maravillado. Y yo, feliz, movía el rabo. El blancor se fue apagando. Y Miobius con él. No sin antes jurar y perjurar que volvería. ¡Blufff!  Ya no estaba. 
"Tan sencillo como leer. Nunca se nos había ocurrido. Miles de años rodeados de libros y a ninguno se nos ocurrió leer para vencerle." "Bueno- le quitó importancia Nora- es mucho el trabajo que tenéis, normal que se os pasara la solución más fácil. Sois adultos, jajaja"Y le guiñó un ojo divertida. Serafín nos dio las gracias, nos invitó a visitarle cuando quisiéramos y nos despidió con un abrazo increíblemente fuerte para lo delgaducho que estaba. Y desapareció andando, cargado de libros-los devolvía de nuevo a su refugio- en el fondo del pantano. 
Más tarde, cuando Elena vino a buscarnos y notó un brillo especial en nuestras miradas, nos llamó tunantas- le gusta llamarnos así- " A saber que habréis hecho hoy..." Ni te lo imaginas, Elena, ni te lo imaginas...Jejejeje...

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