La mujer del Albal


Son más de las cinco  y hace frío. No ha dejado de llover desde el mediodía y está cansada. Su “plumas” rojo, sangre, como sus labios, su top, su falda, sus bragas, brilla de puro húmedo. Ya no le cabe más agua encima. Ya recala. Le duelen los pies. Las botas de tacón, prestadas por Nadia, un 38, pequeñas, ella usa un 39, no le han permitido poder ponerse calcetines por lo que ya no es frío en la espalda, manos, pecho, es frío en toda ella, la atraviesa de pies a cabeza. El moño, cuidadosamente hecho a primera hora de la mañana aún aguanta bien. Se lo toca. Se asegura que todo esté en orden. Cada pelo, cada horquilla, escrupulosamente fijada, en su sitio. La noche es larga. El día es largo. Que parezca que por ella no pasan las horas. La sonrisa abierta pero triste. Los dientes perfectos, blanquísimos pero hastiados, hambrientos. Como ella…¿Cuánto ha pasado desde que comió la última vez? Hace memoria. Desde el desayuno. Café y una magdalena. Con razón, son casi las 17.30….Cómo no va a tener hambre…un rato más y se larga. Ya es bastante por hoy. Ha llegado a la cantidad fijada. No habrá paliza. Espera. No habrá gritos. Espera…tal vez Nadia haya preparado su maravillosa “ciorbâ. Ternera y verduras. Calentita, llena de tropezones…Piensa en su abuela-bunica- y sonríe. Una sonrisa pura. De niña de ocho años. Ya va para tres años sin verla. Sin sentirla. Suspira. ¡Sopa! Y sofà! Y quitarse las jodidas botas. No más. La próxima vez le dan por el saco a lo de ir conjuntada. La “woman in red “exclamó Bruce entre risas al verla salir por la puerta camino a L´Horta. Sus zapatos negros y punto. El negro es elegante y va con todo. Como su pelo. Negro y brillante. Como el charol. Pues eso. Zapatos negros. Y que le den a Nadia, Stella, Bruce, Stanis…ellos no se pasan media vida en la calle, de arriba abajo, de abajo arriba. Bueno, Nadia sí, pero desde que se quedó embarazada ya menos. Un bebé. Con 18 años. ¡Locura! Ella no lo tendría. ¿ O sí?...no sabe…realmente no sabe. Un ser dulce, tierno, todo blandito y sonrosado. Que le dijera mamá. Que la llenara de besos buenos. De besos limpios. De besos de verdad, no como los que les dan los hombres, esos…pufff…ni quiere pensar ni decir lo que piensa de ellos. Los aguanta lo justo y necesario. Total, es un rato encima, debajo los menos, ellos son los machos, los que mandan. Que manden. Ella quieta, o casi, cuatro jadeos, un par de ay, ay y está hecho. Ya se han corrido. Que duren poco es una ventaja….A  veces le pegan, la ensucian con palabras. Cierra oídos. Se evade. Que acabe pronto y se largue. Los 20, los 30 euros y fuera. Otro. Y piensa que no quiere otro. No quiere otros. Pero la familia la necesita. Necesita que haga lo que hace. Si no…se le empañan los ojos. Lágrimas ruedan por su rostro de muñeca demasiado maquillada. Hoy se ha pasado con el pintalabios y ha remarcado las cejas más que otros días. Por cambiar. Porque los días no sean tan iguales unos a otros. Un coche ha parado frente a ella.¡Ufff! Duda si acercarse. Piensa que ya tiene lo del día. Piensa en su bunica, piensa en las ganas que tiene de verla. Más dinero, más cerca de ella, de su abrazo. Se retoca el peinado. Se restriega la mano por el rostro para borrar lágrimas, asco y cansancio y cruza la carretera. Un qué tal guapo con una voz que suena demasiado madura y chabacana para sus 19 años, te apetece que demos una vuelta? Asiente el macho ibérico. Por qué no? Qué sabes hacer? Ella le guiña un ojo. Él da una palmadita en el asiento del copiloto. Sonríe enseñando los dientes y lanza un gruñido de satisfacción. Ella abre la puerta y entra al coche. Risas. Un toqueteo

 rápido y arranca. Se pierde en la lluvia…

Ya no hay rojo. Ya no hay negro. Ya no hay bunica ni sopa de Nadia. Ya no hay bebés que den besos buenos. Ya no hay dinero. Ni horquillas perfectamente colocadas. Ni woman in red. Hay un cartel con su cara, con una foto que no le hace justicia. Unos cuantos datos. 8 de enero. No volvió a casa. Se busca…silencio. Barro. Agua. Hojas secas. Ladridos. Casi un mes después. Salvo Nadia, nadie sabe quién es, quien fue “la mujer del Albal”. Florina para su bunica. Florina ahora para unos cuantos diarios, Florina para rellenar 30 segundos en la sección de sucesos de la emisora tal o cual y, si hay suerte y tiempo, salir al final de algún telediario, que queda muy bien posicionarse en contra de la prostitución cuando aparece muerta una joven prostituta en una acequia de un pueblecillo de Valencia que, según fuentes totalmente solventes, estaba siendo explotada por una banda de proxenetas, Florina unos días en boca de algunos. Unos pocos. Los suyos…los suyos. ¿Lo sabrán? ¿Sabrán que su pequeña hija, hermana, nieta, amiga, ya no cantará más? ¿Que ahora es silencio y barro? Cuerpo apenas reconocible en una morgue española a la espera de identificación, aunque ya sepan seguro que se trata de la joven rumana que desapareció a principios de enero. Que ahora no les queda otra que esperar que repatrien su cuerpo-si es que se puede porque el virus este que domina todo es quien impone las normas, inhumanas, despiadadas, injustas muchas, muchas veces- y darle un entierro decente. Colmarla de flores. Colmarla de abrazos, los de su tierra, los de la tierra, bañarla con lágrimas calientes y vivas, que la limpien de la suciedad una muerte no merecida, esa muerte no, así no, nadie debería morir así, que la limpien de la suciedad de las manos del hombre, ese último hombre…hombre no. Cobarde. Putero. Asesino. Monstruo…ni nombre merece.

 

Dedicado a todas las Florinas. Y a todos los Florines que también los hay. Y a sus asesinos.

 

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