El paisaje de los alrededores de Nepalgung es hermoso: verde intenso, árboles frondosos, rebaños de ovejas, cabras, vacas pastando tranquilos, niños camino del colegio. Algo tenía que salvar a esta ciudad arenosa, fea, infernal, turbia, sucia y escandalosa. No hay palabras para describir sus calles llenas de basura y podredumbre. Aguas fecales surcan casi todas ellas, apenas si se salva la principal, adornada de maltrechos templos hindúes que podrían ser hermosos de no estar cubiertos de manchas de pintura y hollín. Personas por doquier, y de todas las clases, cruzan con prisa las calles caóticas en las que ni coches ni rick-chows ni motos ni nada, paran ante ellos aún a riesgo de atropellarlos. Perros ajados, tristes, van de acá para allá buscando que comer, vacas, simpaticotas y tranquilas en su ritmo, parecen vivir absortas en su mundo, sin que nada enturbie su paz, por mucho que el ambiente se empeñe a base de gritos, pitidos y bocinazos... Burros esqueléticos, que parecen que van a caer al suelo de un momento a otro, acarrean pesados fardos o carros destartalados cargados de hierros retorcidos o maderas viejas, ovejas y cabras campas a sus anchas, comiendo de acá y allá, ahora una bolsa de plástico, ahora una cáscara de plátano... Y entre todo esto, los niños juegan. Pequeños, oscuros, descalzos muchos. Los que pueden jugar porque girando la cabeza hacia otro lado descubres a un grupo de ellos que rebusca en la basura "tesoros" que meter en sacos que luego cargan para llevarlos quien sabe donde...Definitivamente, Nepalgung parece sacada del mismo infierno y sólo al atardecer, cuando baja el sol, que no el calor, se respira algo de paz, se disfruta del verde intenso bañado entonces por la luz ocre al final del día...

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