Rafael...

Rafael en feria.
Es pura lengua de trapo cuando ya no le cabe más alcohol en el cuerpo, es todo caballerosidad de otro siglo si le pillas en un instante de lucidez, es la tristeza hecha carne cuando, en uno de sus momentos bajos, te cuenta la historia de su vida...Rafael me pide siempre una cerveza fresca y yo le doy agua, Rafael me presenta a su perro y me cuenta que anda tras él siempre y que es como su sombra, que por ahí estará cuando le pregunto por él porque no le veo cerca, pero que no me preocupe me dice, que su "Rufo" no le deja ni a sol ni a sombra. Y es cierto. Ni cuando tambaleante se sienta en el murete del jardín agarrando como si le fuera la vida en ello un vaso de vino, y al tratar de levantarse, se trastabilla con sus propios pasos y cae sobre el pobre animalillo. Me tiro hacia ellos, suelto al perro, que va atado a su mochila de montañero y lo cojo a él  por una axila para evitar que termine en el suelo de nuevo mientras un parroquiano avisa a la policía. Y estando sentada junto a él, sosteniéndole el  vaso de vino, le escucho decir que ya no puede mas, que el dolor es grande y su pena inmensa, que le pesa mucho la vida...No llores, Rafael, porque está llorando, lágrimas redondas como peces que escapan de los dos  mares azules que son sus ojos tristes hasta decir basta...Le quito el vaso y con la excusa de tirarlo a la basura y hacerle un café con leche para que se meta algo caliente al cuerpo, me escondo de su mirada porque no quiero que me vea llorar.  Para que no vea que me ha contagiado su llanto. No quiero que piense que siento lástima por él. Rufo, que huyó despavorido cuando lo solté, asoma por el otro lado del murete y se pone, tranquilo y espectante, delante de su amo. Esperando. Y éste, alarga la mano amagando una caricia, y esboza una breve sonrisa. La gente a nuestro alrededor comenta la escena y las palabras que mas se repiten son "pobre", "qué lastima de hombre", "lo que hace el alcohol"....Yo regreso a su lado con el café e intento darle conversación, le pregunto por su hermana, que por qué no va con ella, él niega con la cabeza. No, con ella no, ahora no puede, que trabaja todo el día...Yo vivo bien allá abajo. Con "allá abajo" se refiere a una zona de descampados infectos que lo único que tienen de bueno es que están rodeados de bellos campos de frutales y que son tranquilos por la noche, pero no son , desde luego, el hogar más apropiado para un hombre enfermo que ronda ya la cincuentena. Ni para él ni para nadie...Ha llegado la polícía y  junto con la policía ha llegado también una ambulancia porque Rafael llevaba heridas muy feas en la cara y en las manos. Le ayudo a levantarse, le sostengo el café mientras los enfermeros lo acomodan. ¿Qué va a pasar con él? ¿Le lleváis a algún centro especial o algo? No hay albergues en Jumilla pero en Yecla, el hospital, la..." No", me dicen..."No hay nada para ellos y tampoco lo aceptan, vuelven a la calle, a las andadas..." Cierran las puertas de la ambulancia y un Rafael sonriente, sabedor de que es el centro de atención por unos minutos, que durante un rato ya no será invisible, me dice adios brindando con el café con leche...Le digo adios también...Rufo corre tras la ambulancia.

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